En 1883, Claude Monet -que ya era una figura conocida del movimiento impresionista- buscaba un lugar que alimentara su creatividad y le permitiera vivir en armonía con la naturaleza. Encontró Giverny por casualidad mientras viajaba en tren y quedó inmediatamente cautivado por su luz y su paisaje. Monet describió más tarde el descubrimiento como un momento transformador, sintiendo una profunda conexión con la pacífica aldea.