En el siglo VIII, Aubert, obispo de Avranches (una ciudad cercana situada en lo alto de una colina), tuvo una visión del arcángel Miguel. Para honrar al arcángel, erigió una pequeña capilla en la isla del Monte Saint-Michel. En 966, los monjes benedictinos se establecieron allí. La abadía benedictina del Monte Saint-Michel floreció, convirtiéndose en un centro de actividad religiosa y cultural. Un gran número de peregrinos -incluidos reyes de Francia e Inglaterra- la visitaron a lo largo de los siglos. Como centro de la cultura medieval, Saint Mont Michel producía y almacenaba manuscritos. Floreció hasta convertirse en un importante lugar de peregrinación para los cristianos, desde el siglo VIII hasta el XVIII.